El cine latinoamericano o iberoamericano, si incluimos a los países de lengua portuguesa, es una fórmula que hace referencia a un ámbito muy heterogéneo y dispar que nos remite a países e industrias audiovisuales difícilmente encuadrables en un mismo concepto. Además, se trata de cinematografías poco relacionadas entre sí, e incluso opacas, por lo que hablar de “cine iberoamericano” de manera genérica es una simplificación excesiva, y supone un esfuerzo problemático y difícil de concretar, si se pretende establecer objetivos comunes o perfiles compartidos para el conjunto de los países que lo conforman.
Se acaba de celebrar en Ciudad de México el Primer Congreso de la Cultura Iberoamericana (1 al 5 de octubre), que se ha centrado en el cine, lo que ha supuesto una oportunidad para analizar en profundidad su situación y encontrar apoyos institucionales útiles para apoyar a las cinematografías americanas de habla española y portuguesa.
A lo largo de las mesas redondas, seminarios y demás actividades se han abordado cuestiones como la influencia del cine en el desarrollo social, cultural y económico de la región; su consideración como factor clave en la consolidación de un patrimonio común y como memoria de un espacio multilingüístico. También se ha estudiado la relevancia de la producción y de la coproducción, así como el aprovechamiento del avance y desarrollo de las nuevas tecnologías, y la situación del mercado iberoamericano.
Las noticias que he podido leer sobre los resultados de este Encuentro indican que se ha hecho una buena descripción de los problemas de la creación cinematográfica en esta extensa región de América, pero que por parte de los representates políticos ha habido una toma de postura basada en las BUENAS INTENCIONES, PERO CON POCAS MEDIDAS.
Hablamos de Iberoamérica, una región tan vasta como diversa cuyas peculiaridades sociales, culturales y económicas son tan dispares que resulta complejo encontrar elementos comunes en los países que la integran. Sus gobernantes hablan de lograr como media que los niños lleguen a tener 8 años de escolarización; en Brasil o México el reto es alcanzar los 12. Bolivia habla de erradicar el analfabetismo en 2008, y Brasil o Argentina tienen ese objetivo para dentro de dos años. La meta de Costa Rica es lograrlo en el año 2025, y la de Guatemala conseguirlo tres años antes. El resto de países aspira a situar el umbral de la alfabetización por debajo del 10% de la población durante la próxima década (Informe Metas Educativas 2021, de la OEI, con datos de la UNESCO). En este contexto cultural, hablar de la situación del cine es aludir a un caleidoscopio tan diverso que cualquier generalización resulta poco útil.
En el número publicado en septiembre, la revista Cahiers du Cinema (edición española) ofrece un completo informe sobre el cine iberoamericano. Así, en relación a la dificultad de su diversidad el realizador y crítico cinematográfico Sergio Wolf en uno de los artículos señala, que incluso partiendo de la base de que hacemos referencia a cinematografías que comparten una lengua, la proliferación de argots y modismos propios de los diferentes países, debería llevarnos a subtitular la película chilena Tony Manero en México, la argentina Leonera en Colombia o la mexicana Cochochi en España. Esta reflexión nos lleva a considerar que los nuevos cineastas buscan la singularidad de sus películas en espacios y temáticas específicos, alejándose de los estereotipos y profundizando en rasgos culturales propios que dan identidad a sus propuestas.
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