Las tecnologías digitales han pasado a desempeñar un papel clave en muchas de nuestras actividades, tanto profesionales como cotidianas o de ocio. Las maneras de comunicarnos han cambiado radicalmente en un periodo de tiempo relativamente corto. Esto está teniendo unos efectos muy importantes en ámbitos como la economía, la formación, la cultura o la socialización de las personas, con una especial incidencia de las redes sociales. Dichos cambios tienen consecuencias en nuestros comportamientos y hábitos, lo cual también repercute en los ámbitos y espacios urbanos donde nos desenvolvemos.
Ya se habla claramente de ciudades inteligentes (smart cities) como espacios, tanto colectivos como privados que permitan formas de vivir más éticas, inclusivas y sostenibles. Los expertos hablan de un humanismo tecnológico que debe concretarse mediante políticas públicas que den sentido cívico, pedagógico y ético a la revolución digital de las ciudades y sus entornos. Algunos arquitectos y diseñadores urbanos han tratado de profundizar en el conocimiento de nuestros comportamientos, en un esfuerzo por alinear el paisaje urbano con la psicología humana. Este campo emergente, denominado la "arquitectura de la decisión", a partir de los supuestos formulados por Thaler y Sunstein en su libro Nudge (2008) busca comprender e integrar aquellos elementos que contribuyen al bienestar y calidad de vida de los ciudadanos.
Tal como relata Stephen Goldsmith en su página Civic Engagement (Designing the Human-Centered City) una de las iniciativas pioneras de este movimiento data de 1994, cuando el arquitecto danés Jan Gehl planteó que el diseño racionalista dominante en las grandes ciudades era perjudicial para la salud y la vitalidad cívicas, ya que el paisaje urbano a menudo priorizaba la funcionalidad de las máquinas sobre las personas. Gehl estudió el caso de la ciudad de Melbourne con la finalidad de aumentar el espacio público disponible para los peatones. Al tomar las autoridades diferentes medidas en la línea planteada, en 2004 el número de espacios públicos en las calles y plazas de esta ciudad australiana aumentó en un 71 por ciento, y el tráfico de peatones en el centro comercial Bourke Street Mall de la ciudad aumentó de 43,000 a 81,000 por día. En 2008, Gehl estudió la situación de Times Square en Nueva York y descubrió que, si bien el 90 por ciento de los usuarios de ese entorno eran peatones, solo el 11 por ciento del espacio era específico para ellos. Según las sugerencias de Gehl, Nueva York creó nuevos carriles para bicicletas y plazas peatonales, y el movimiento de viandantes aumentó en un 11 por ciento, mientras que las lesiones peatonales debidas a accidentes en las vías urbanas, disminuyeron en un 39 por ciento.
En consecuencia, los diseñadores urbanos deben ser conscientes que diseñar una ciudad significa influir de manera directa en el bienestar de las personas que viven en ella. Esto implica pensar en cómo atender las diferencias y particularidades que aportamos como ciudadanos. Las herramientas actuales de recopilación y tratamiento de datos permiten una planificación más sistemática que puede mejorar aspectos como la habitabilidad, la inclusión y una capacidad para modelar el efecto de los cambios. Y en esta dinámica el desarrollo de las nuevas tecnologías digitales resulta fundamental.
No hay comentarios:
Publicar un comentario