Aprovechando estos días vacacionales, acabo de ver una vez más el clásico de John Ford Centauros del desierto (The Searchers, 1956). En esta fantástica película se nos cuenta como Ethan Edwards un veterano oficial del ejército confederado, encarnado con un gran poder de convicción por John Wayne, regresa a casa de su hermano tres años después de haber finalizado la guerra de Secesión. Este personaje encarna el pesimismo de un soldado derrotado y también el desgaste anímico que supone el paso de la vida. El tratamiento dado al relato por el gran director John Ford dota de un sentido épico al reto que asume Ethan Edwards en su persecución incansable para tratar de rescatar a su sobrina Debbie, secuestrada por los indios comanches después de un ataque a la casa familiar y en la que toda su familia es asesinada de forma cruel. El resentimiento y el odio encarnados por el personaje interpretado por John Wayne son tratados como aspectos propios de la naturaleza humana. De hecho, Ethan aparece ante nuestros ojos como un personaje individualista y con actitudes racistas, sin embargo su comportamiento es coherente con sus propios principios y valores, basados en la necesidad de vengar a su familia y en la dureza de su experiencia vital, apoyada en la supervivencia lograda en un mundo extraordinariamente hostil. En definitiva Ethan se rige por una moral propia. Ponerse del lado de este personaje o no queda al arbitrio de los espectadores, ya que quedan expuestas las causas y motivaciones de su conducta.
Sin embargo, en el cine actual estamos asistiendo cada vez con mayor asiduidad a la presencia de personajes con unas conductas dañinas sin ninguna justificación. Personajes cuya motivación es sembrar el mal, de manera despiadada y brutal. Podemos encontrar un antecedente claro de esta actitud malévola sin causa aparente en el grupo de jóvenes asesinos que protagonizan La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1972). Me estoy refiriendo a personajes que encarnan directamente el mal como Anton Chigurh (No es país para viejos, dirigida por los hermanos Coen, 2007); los personajes de los guantes blancos de Funny Games USA (Michael Haneke, 2007) o el Joker de la última versión cinematográfica de Batman (El caballero oscuro, 2008) dirigida por Christopher Nolan y basada en el cómic El largo Halloween de Jeff Loeb y Tim Sale, que aporta un tono más severo e inquietante a las aventuras del hombre murciélago, tratando de enfrentarse a los representantes del mal en la ciudad de Gotham.
En todos los films citados nos encontramos a unos villanos para los que el comportamiento ético es una actitud absurda. Se trata de seres perversos cuya finalidad es hacer daño o generar dolor sin sentido. Sus motivaciones son inexistentes o, en todo caso, triviales. Aparentemente, la sombra del terrorífico 11-S de 2001 se cierne sobre el cine contemporáneo.
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