A propósito de Tzvetan Todorov

El pasado viernes 24 de octubre se han entregado en Oviedo (España) los premios Príncipe de Asturias 2008. Como cada año, se ha reconocido a través de ellos la aportación de grandes personalidades en campos como la Comunicación y Humanidades, la Cooperación Internacional, la investigación Científica y Técnica, las Artes o el Deporte. En el caso de las Ciencias Sociales el premiado este año ha sido Tzvetan Todorov.
Se trata de un gran humanista que ha trabajado en diferentes áreas como lingüista, semiólogo, filósofo, historiador y crítico literario. Nació en Sofía (Bulgaria) en 1939. Reside en Francia desde 1963 y es director del Centro de Investigaciones sobre las Artes y el Lenguaje, en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas en París.
Se educó en la Bulgaria comunista. Se define a sí mismo como un "hombre desplazado". Se ha interesado por el desarraigo, el encuentro entre culturas y por las derivas de las democracias modernas. Su obsesión es atravesar fronteras, saltar barreras, unir ámbitos en apariencia inconciliables, ya se trate de lenguas, culturas o disciplinas.
Todorov se ha convertido en uno de los pensadores más influyentes de Europa. En su nuevo libro, publicado en España con el título El miedo a los bárbaros (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores) defiende que el maniqueísmo es el mayor enemigo del pensamiento. En su análisis, divide el planeta en cuatro tipos de países. Por un lado, los "países del apetito", ajenos durante siglos al reparto de las riquezas pero decididos ahora a beneficiarse de la globalización; "Japón", afirma Todorov, "abrió esa vía". Le siguieron China e India. Brasil va por el mismo camino. También Rusia, que "convierte en ventaja su derrota en la guerra fría: su desarrollo ya no sufrirá frenos ideológicos".
En la otra orilla estarían los "países de la indecisión", es decir, aquéllos cuya empobrecida población se ve empujada a emigrar. Su riqueza natural podría, no obstante, instalarlos en el primer grupo si antes no han caído en el tercero, el de los "países del resentimiento", de población mayoritariamente musulmana y cuya actitud, apunta Todorov, es "consecuencia de una humillación, real o imaginaria, que supuestamente le han infligido los países más ricos y poderosos". Entretanto, estos últimos (Occidente) se han convertido en los "países del miedo": temen la fuerza económica de unos, la inmigración que llega de los otros y los "ataques físicos" del resto.
Lejos de todo idealismo, el pensador franco-búlgaro es claro: "Los países occidentales tienen pleno derecho a defenderse contra toda agresión". Eso sí, avisa: una reacción desproporcionada produce efectos contrarios a los deseados. Es lo que pasa en Irak y en Afganistán. Frente al lugar común que afirma que recordar el mal pasado nos protege contra su retorno futuro, Todorov sostiene que tal protección no existirá mientras sólo nos identifiquemos con las víctimas. Es, dice, el caso de Israel: "Es precisamente el hecho de haber sido víctimas lo que impide a muchos israelíes ver a los palestinos como tales. No se aprende nada de los errores ajenos".
En su discurso de la entrega del Premio Príncipe de Asturias que Todorov ha titulado "Todos somos extranjeros" ha afirmado:
"Por cómo percibimos y acogemos a los otros, a los diferentes, se puede medir nuestro grado de barbarie o de civilización. Los bárbaros son los que consideran que los otros, porque no se parecen a ellos, pertenecen a una humanidad inferior y merecen ser tratados con desprecio o condescendencia. Ser civilizado no significa haber cursado estudios superiores o haber leído muchos libros, o poseer una gran sabiduría: todos sabemos que ciertos individuos de esas características fueron capaces de cometer actos de absoluta perfecta barbarie. Ser civilizado significa ser capaz de reconocer plenamente la humanidad de los otros, aunque tengan rostros y hábitos distintos a los nuestros; saber ponerse en su lugar y mirarnos a nosotros mismos como desde fuera."

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